5/1/11

Los sueños: Un artículo de la revista "Viva"

Este artículo, en el que tuve el gusto de poder expresar algunos aspectos de mi propia experiencia en el trabajo con sueños, fue realizado por la periodista Fabiana Fondevila (profunda y sensible, como en cada uno de sus artículos), y publicado el 7 de febrero de 2010. Contiene además información de otras investigadoras sobre este apasionante tema, tales como la Dra. Patricia Garfield, Jane Teresa Anderson y la psicóloga canadiense Jill Mellick. Que les resulte provechoso!

Ella tenía trece años y vivía en una zona campestre de la pro­vincia de Buenos Aires. Un día iba en bicicleta por un camino en ba­jada cuando un auto la encerró. El hombre que conducía la tiró de la bicicleta de un porta­zo, y luego intentó desmayarla para llevarla con él. La niña atinó a Morderle la mano con fuerza y el hombre salió disparado. En los hechos, había logrado salvarse á sí misma. En su interior, se había convertido en prisionera. Virginia Gawel cuenta esta historia en los seminarios de sueños que dicta desde hace años. La cuenta no por su valor confesional sino por lo que viene a continuación. Por años, el re­cuerdo aterrador golpeó a su conciencia desde una y otra pesadilla: su atacante no se cansaba de volver. Virginia creció, se recibió de psicóloga, ahondó por medio de terapias y libros y diversas exploraciones en ese ver el universo subterráneo que conocemos como inconsciente. Y una buena noche, la visitó el siguiente sueño: “Bajaba en mi bicicleta por aquel camino de tierra de mi infancia, pero en vez de tener sus usuales huellones peligrosos estaba recién asfaltado, lisito, hermoso, y el asfalto nuevo tenía estampados, aquí y allá, inmensos tréboles de cuatro hojas. Al acercarme al lugar del hecho, vi qué desde mis espaldas se proyectaba la sombra de aquel auto. Entonces creció en mí una bravura que me hizo decir: 'Ahora sí, que aparezca ese tipo, que me puedo defender muy bien!'. En ese instante desper­té, llena de vitalidad y con una sensación de bienestar. Me brillaban los ojos, ¡tanto que mi primer paciente de la ma­ñana me lo hizo notar!".

¿Qué había pasado? Que todo el empeño puesto por Virginia en explorar y superar aquel hecho traumático había dado frutos, y el sueño venía a anunciárselo. “A partir de ese sueño comencé a tomar decisiones muy importantes para mí -cuenta Virginia, co-creadora, con Eduardo Sosa, del Centro Transpersonal de Buenos Aires-. Entre ellas, al mes siguiente me animé a viajar a Europa sola, algo que había evitado por temor. Fue un viaje iniciático."

¿Qué es esta rara alquimia que se produce una y otra vez, todas las noches, a ojos cerra­dos? Aunque no todos recuer­den con igual precisión, se sabe hoy que todos soñamos; que soñamos, de hecho, hasta veinte y cuarenta sueños por noche, en ciclos de noventa minutos. O sea que alrededor de veinticinco días al año ha­bitamos ese universo de seres alados, túneles de colores y ti­fones que arrasan en plena ofi­cina. Si pasamos tantas horas surcando esa tierra imagina­ria, ¿no valdrá la pena explo­rar un poco su paisaje?

La noche de los tiempos

Los antiguos griegos, los egip­cios y los babilonios erigían templos para incubar sue­ños profetices, los tibetanos crearon el yoga del sueño para explorar los estados de con­ciencia vinculados al dormir, y gran parte de las culturas originarias se apoyaron en las visiones nocturnas de sus cha­manes para tomar decisiones. Pero en términos de la evolu­ción de la especie, no hace tan­to que se emprendió el estudio sistemático de este fenómeno de la psiquis.

El hombre que popularizó la idea de que el sueño tiene un significado que se puede conocer fue Sigmund Freud (1856-1939). En La interpre­tación de los sueños, el neu­rólogo austríaco presenta su teoría del inconsciente, y a los sueños como su produc­ción más relevante. Para el padre del psicoanálisis, las vivencias oníricas eran funda­mentalmente expresiones de deseo, y en esencia, de deseos sexuales (luego también cata­logaría sueños originados en miedos y aversiones). En la vi­sión de Freud, el preconsciente se ocupaba de distorsionar el contenido onírico para que no perturbara al soñante con sus mensajes poco halagüeños.

Muy distinta fue la visión de Carl Gustav Jung (1875-1961), el psiquiatra suizo que fue discípulo de Freud y luego se distanció de su maestro pre­cisamente por su concepción del inconsciente. Allí donde Freud veía la sede de la irra­cionalidad, Jung encontraba el asiento del Sí Mismo, el an­claje de su mayor sabiduría. Versado en las tradiciones sa­gradas de Oriente, la alquimia y la simbología, Jung constru­yó una psicología arraigada en lo espiritual, en la que los símbolos eran un portal de entrada. Además de sumar al lenguaje coloquial conceptos como el inconsciente colecti­vo y los arquetipos, Jung sem­bró una idea transformadora: el inconsciente como aliado incondicional del ser huma­no, reservorio de honduras y verdades que el ser conscien­te apenas atisba. "Dentro de nosotros reside un otro que desconocemos, y nos habla en sueños", declaró.

La casa de mis sueños

Patricia Garfield es médica, cofundadora de la Asociación Internacional para el Estudio de los Sueños y autora de diez títulos sobre la vida onírica. Su pasión por el tema fue precoz: a los 14 años comenzó a anotar los fragmentos que recordaba cada mañana, intrigada por la extrañeza de las imágenes, y hoy, a los 65, tiene en su haber 'Varios tomos de enciclopedia garabateados". "¡No creo que haya otro registro tan extenso como el mío!", se la escucha reír del otro lado del teléfono, desde su casa en un pueblo con nombre de pesadilla: Tiburón, California.

Entre otros aspectos, Garfield investigó a fondo la relación del soñar con la sa­lud. En El poder curativo de los sueños, por ejemplo, des­cribe sueños de diagnóstico, de crisis somáticas de diverso orden, y también de curación. Pero incluso cuando señala las pistas de las que el inconscien­te se vale para comunicar sus alertas, advierte que nunca hay que abordar un sueño en forma literal. Más bien, dice, conviene contemplar los dis­tintos niveles por los que podría estar discurriendo, inclu­so todos al mismo tiempo. "Me gusta la metáfora de una casa de tres pisos. En el nivel más bajo están los sueños que tra­tan sobre los procesos fisiológi­cos. En el segundo nivel están los de contenido psicológico: emociones, miedos, deseos, conflictos... Y en el altillo, por decirlo de algún modo, están los sueños que nos ponen en contacto con lo que está más allá de la conciencia. Es el uni­verso de lo espiritual."

¿Cómo saber si un sueño alerta sobre un hecho del cuerpo o si es puramente simbólico? "Cuando apunta a un proble­ma en el cuerpo, en general se registran sensaciones físicas muy claras, incluso dolor. Por ejemplo, un hombre sueña que un caballo lo muerde en el brazo izquierdo, y el dolor lo despierta. En realidad, es­taba sufriendo un episodio cardíaco. Otra persona sueña que se ahoga y la sensación es sumamente vivida. Puede que el sueño le esté avisando de un exceso de líquido en los pul­mones. Cuando el inconscien­te intenta advertirnos sobre algo, suele repetir el mensaje con diversas imágenes hasta que es escuchado."

Según Garfield, la imagen de una casa o de un auto re­presenta a menudo las partes del cuerpo o el estado físico en general. "En una casa las ven­tanas suelen aludir a los ojos, las cañerías a las venas o arte­rias, la caldera al estómago, la chimenea a la cabeza. En un auto, se sueña que falta gasoli­na cuando se está sin fuerzas; que el freno no funciona cuan­do uno está peligrosamente acelerado; que se pierde el control cuando ésa es la sensa­ción en algún área de la vida. Pero también puede hablar de temas psicológicos, como cuando uno se sueña mane­jando el auto desde el asiento trasero o del copiloto."

En sus viajes por el mun­do Garfield pudo conocer la forma en que otras culturas dialogan con sus sueños. Un caso muy difundido fue el de los senoi, una tribu de Malasia en la que se enseña a los niños reglas para el buen soñar. La principal: siempre enfrentar aquello que a uno lo persigue o atemoriza. Si el perseguidor es un tigre, los padres instrui­rían al niño: "El espíritu del ti­gre tiene algo que regalarte, la próxima vez que aparezca pre­gúntale qué trae para vos".

La autora también realizó una encuesta entre mil perso­nas en torno a los sueños más frecuentes. El más popular por lejos (80%) fue el sueño de persecución. ¿A qué atri­buye la universalidad de esta vivencia? "Los sueños son una forma de mantener nuestro equilibrio psíquico ante situa­ciones que nos desestabilizan. Todos nos sentimos amenaza­dos por tal o cual persona o si­tuación: un competidor en el trabajo, una pareja que teme­mos perder. Siempre estamos atentos apeligres potenciales. Y en nuestro pasado remoto esos peligros eran los depre­dadores, por eso es común que aún soñemos con ellos."

¿Cuán frecuentes son los sueños de índole sexual? "Ciertamente la expresión de deseos es una temática fre­cuente, así como la frustración sexual, pero coincido con Jung en que no son los más univer­sales, y que a veces esconden un origen distinto, arquetípico. En mis sondeos registré también diferencias entre los sueños más prevalentes en los hombres y en las mujeres. Las mujeres sueñan más seguido que están dentro de una casa y abundan los conflictos in­terpersonales. Los hombres tienden más a los escenarios exteriores y a la acción."

A un océano de distancia, en Brisbane, Australia, Jane Teresa Anderson llegó al mis­mo destino desde un punto de partida diferente. Británica de origen y zoóloga de pro­fesión, Jane había invertido incontables horas de labora­torio en estudiar exóticas cria­turas marinas cuando cayó en la cuenta de que le resultaban infinitamente más cautivan­tes las criaturas que frecuen­taba por las noches, en brazos de Morfeo. De un solo golpe de timón, la científica dejó el laboratorio y se abocó a leer los textos clásicos sobre sue­ños. Pero pronto decidió que prefería arribar primero a sus propias conclusiones, y dedi­có varios años y decenas de entrevistas y encuestas -hasta llegó a hacerse hipnotizar- a descifrar por sí misma ese uni­verso nebuloso. Cuando vol­vió a los clásicos ya tenía sus propias ideas acerca de qué es un sueño y cuáles son las for­mas más efectivas de extraer oro de sus profundidades. Hoy tiene una larga lista de clientes, un programa de ra­dio en el que interpreta sueños al aire y un puñado de libros de su autoría (cuatro de ellos pueden leerse en inglés en for­ma gratuita en su sitio: www.dream.net.au). También de­sarrolló una técnica que llama "alquimia del sueño": una suerte de reescritura del sue­ño a través de visualizaciones y otras prácticas, para traba­jar sus contenidos. "Cuando uno sueña es testigo de cómo funciona su mente, de la construcción y demolición de su sistema de creencias. El pro­blema para muchas personas es que nos educaron con un énfasis excesivo en el tipo de pensamiento del cerebro iz­quierdo, lógico y mecanicista, y esto hace que sea difícil acceder al modo visionario y holístico del cerebro derecho, que se entiende mejor con el idioma del inconsciente. Pero uno puede entrenarse para percibir imágenes, juegos de palabras, emociones asocia­das a ciertos símbolos y otras pistas", dice. A partir de cier­tas asombrosas experiencias personales, Jane reunió un registro de sueños precognitivos, que luego publicó en el libro The shape of things to come (La forma de lo que vendrá). Su hipótesis es que los sueños precognitivos o telepáticos se producen en consonancia con las vivencias y emociones actuales del soñante: "Uno re­suena hoy con una experien­cia ajena, o propia en el futuro, y el inconsciente la incorpora al sueño".

Con tantas opciones, ¿cómo saber si el sueño de anoche fue de elaboración, de duelo, de diagnóstico, telepático, precognitivo, de registro físiológico o de orientación conductual? El consenso es que pre­valezca el sentido común y la intuición del soñante.

Dice la psicóloga Virginia Gawel: "Entre las 23 clases de sueños que llevo clasificados en mi investigación podría de­cir que muchos de ellos tienen una función reparadora: cie­rran antiguos traumas, viejas heridas, duelos, asuntos in­conclusos... y esto no sólo psi­cológicamente, sino también neuroquímicamente. Hoy se sabe que un sueño reparatorio deja en nuestro cerebro un cambio químico similar al que podría ejercer un psicofármaco, pero de un modo más específico y definido. ¿Cómo no maravillarse ante esa inte­ligencia del inconsciente? ¿Y cómo no seguir investigando para conocer cada vez mejor las leyes de su funcionamiento y la increíble precisión de su belleza simbólica?".

En sus clases, Virginia hace hincapié en un consejo: no acercarse al inconsciente con ansiedad (ni intentando ex­traer de él un discurrir lógico y lineal). "Los occidentales debemos aprender primero a a-cordar con el inconsciente, lo cual significa latir con un mismo corazón (cordio), ser cordiales con esa parte de sí, o sea, con uno mismo, y honrar siempre el misterio."

La psicóloga canadiense Jill Mellick no podría estar más de acuerdo. Por eso sugiere una ruta alternativa para co­municarse con los sueños: no interpretarlos. Mellickes poeta y artista plástica, y fiel a su formación junguiana, en su libro The art of dreaming enumera diversas formas de abordarlas imágenes oníricas a través del arte, el ensueño y la imaginación activa. "La idea no es lograr una interpre­tación prolija para poner en un estante. Necesitamos mante­ner a nuestros sueños vivos, latiendo, alimentarlos con la imaginación y una curiosidad respetuosa, sostenerlos con la palma abierta." Relata una vi­vencia reciente: "Una pacien­te soñó con el color azul. No se le ocurría ninguna asociación. Nos sentamos en el piso y ella cubrió una hoja de papel en­teramente con tempera azul. La miró un rato, y de pronto me miró con asombro y dijo: 'Ahí es donde yo voy cuando las cosas se ponen difíciles'. Trabajamos luego por un tiempo con el rojo, que le traje toda su furia contenida. Y un día soñó con una pantalla de TV que le permitía ajustar los colores según sus necesida­des. Los sueños y el arte habi­tan el mismo territorio, es una asociación natural." Mellick sugiere dedicarle aunque sea unos minutos a los sueños cada mañana, "anotar tres pa­labras, una emoción, un gara­bato, ya es una devolución al inconsciente, una señal de que le prestamos atención".

Para la niña que reescribió el encuentro con su atacante allá atrás en esa calle de tierra, ha sido un largo camino. Hoy se dedica a alumbrar sueños ajenos con paciencia de nodri­za. ¿Qué mejor forma de de­volverle al misterio, una y otra vez, el regalo recibido?

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¿Por qué algunas personas recuerdan sueños larguísimos y otras aseguran no soñar nunca? Según Virginia Gawel, quien dicta seminarios sobre sueños on line para personas de todas partes del mundo, "las personas con mucha necesidad de controlar la realidad y contro­larse, o las muy exigentes, pueden tener dificultades para ejercer la memoria onírica". Las sugerencias de Gawel son:

Anotar lo que venga a la cabeza, y ponerle un título. Suele ser más fácil recordar el último fragmento del sueño y rebobinar el resto.

Dormirse con la intención definida de recordar los sueños, a modo de autoinducción.

Al despertar, quedarse quieto unos minutos e intentar captar algo del sueño.

• Llevar un diario de sueños, dejando espacio para anotar cada día hechos anteriores o posteriores que uno sienta relacionados con el sueño. Los mejores momentos para despertarse y lograr la evocación son los múltiplos de 90 minutos del final de la noche (a las 6 ó 7 horas y media de haberse dormido). Para encontrar más datos: www.centrotranspersonal.com.ar

Ilustración: Patricia Di Pietro. Producción: Marta Susavila.

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Convidando un pensamiento... Dicen los Unpanishads, un conjunto de textos hindúes escritos hace unos 2600 años, totalmente coincidente con la visión de que existe un Inconsciente más profundo: Víctor Frankl le llamó Inconsciente Espiritual, el psiquiatra italiano Roberto Assagioli Supraconsciente. Es necesario que la Psicología no lo ignore!: "Hay un Espíritu que permanece despierto cuando dormimos, que crea la maravilla de los sueños. Es el Espíritu que en verdad se llama el Inmortal. Todos los mundos descansan en ese Espíritu y nadie puede ir más allá de él." En el Zen le llaman "el Nonato": aquella parte de sí que no nació, pues no pertenece al tiempo. Por lo tanto, no puede morir...